Son algo más de las doce de la noche de una cálida jornada de verano. Es viernes (bueno, era viernes… las agujas del reloj mandan: ya estamos en sábado). Tras una jornada vespertina en la piscina y una cena de ‘tapeo’ con amigos en un concurrido local de moda, decidimos tomar un helado. Estamos en Aguadulce, la ciudad dormitorio costera por excelencia de Almería que cuatriplica o quintuplica o sextuplica (quién lo sabe ya) su población en los meses de julio y agosto. Como es verano y no hay cole, y encima es viernes, es como si el reloj se parara. Parecen las diez de la noche. Hay niños paseando, carritos de bebés, jolgorio, adolescentes en escalinatas haciendo botellón. Hay vida y ruido en cada calle perpendicular al Paseo Marítimo.
Somos dos familias. Y decidimos culminar la magnífica jornada de ocio con un helado de despedida. “Vamos al puerto”, sugiere uno de los niños. “No, al puerto no que me da pereza… vamos al Paseo Marítimo que no hay que andar tanto”, me justifico. Dicho y hecho. Entramos en un local minúsculo, con apenas la barra para servir, dividida como en dos zonas: la de los helados y otra con botellas de alcohol para pedir combinados.
La heladería tiene una terraza con el mar, una gran mancha negara, enfrente. No lo ves pero sabes que está ahí y sientes su frescor. Pedimos nuestros helados y nos sentamos en dos mesas: los niños en una y los adultos en otra. Y mira tú, por dónde, me siento mirando a ese Mediterráneo intuido e, inevitablemente, a un monitor de televisión encendido en una esquina con una imagen fija. Una imagen que no cambia. Está perenne. Y le acompaña una música instrumental que sale de unos altavoces muy bajita. La imagen es la de una mujer ligera de ropa tumbada y en actitud sugerente.
Y es entonces cuando empiezo a visualizar realidades paralelas de un mundo salvajemente capitalista que usa y abusa de la imagen de la mujer como mero objeto para vender más. Si hace unos días Ema Zelikovitch contaba que el feminismo le ha jodido la vida, a mí, al menos, me arruinó esa noche. Porque… qué tiene que ver que haya una mujer ligera de ropa para que decidas comprar un helado? Porque… por qué mis hijos han de acostumbrarse, de manera inconsciente, a la utilización gratuita de la imagen de una mujer mientras disfrutan de su helado? El acoso es tan brutal y asfixiante que hasta nos lo han impuesto en las acciones y quehaceres más banales de la vida y no nos damos cuenta. Algo tan banal como tomarse un helado una noche de verano en este, nuestro primer mundo.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que de esa imagen de la mujer tumbada semidesnuda en actitud sugerente, a la imagen de un montón de ediles en la puerta de un Ayuntamiento durante un minuto de silencio hay, sencillamente, un paso? Hasta que llegue el día en que los políticos despierten y se den cuenta mi familia, mis amigos y yo seguiremos arruinándonos las noches que hagan falta. Hasta conseguir una igualdad real en este mundo irreal y machista.